Figurín

    El perfecto maniquí
que llegó a la montería,
venía de otra Autonomía
o, al menos, no era de aquí.
   Las botas de cremallera
con caireles en la anilla.
Pantalón a la rodilla
(de cuero recuerdo que era).
Chaleco en vez de chaqueta,
y un sombrero tirolés,
todo ello de El Corte Inglés
pagado con la tarjeta.
   Engrasado chaquetón,
canana y cuchillo enorme,
colmaban el uniforme
del petimetre en cuestión.
   Su puesto no estaba mal.
Llegó y, con gesto sereno,
sacó del Todo-Terreno
un auténtico arsenal:
Automático y exprés
ambos con sendos visores.
Cascos amplificadores
para oír llegar a la res.
Tercer rifle, de cerrojo,
con calibre de elefantes
y, como los otros dos de antes,
también provisto de anteojo.
   Se recostó en un sillón
y estudió su artillería
meditando en lo que haría
si llegaba la ocasión.
   Y un cochino apareció
que venía por un sendero
con un trote cochinero
(que es lo suyo; digo yo).
   Dudó, entonces, el muy lelo:
“¿Qué rifle me irá mejor?”
“¿Con visor o sin visor?”
“¿Le debo poner el pelo?”
“¿Y si aquél se me encasquilla?”
“¿Cuatro y medio cuánto aumenta?”
“¿No será más de la cuenta?”
“¿Tiro a pulso o con la horquilla? … ”
Y, como usted sospechaba,
cuando al fin se decidió
y el primer tiro pegó,
el marrano ya no estaba.

              

¡Pobre!. Luego, en la reunión,
contarás un cuento chino:
“Probaba el rifle en un pino …”
“era un zorro …”, “un trasluzón …”
Apréndete la lección,
y a ver si por fin te enteras
que las dos cosas primeras
que necesita un montero
no se compran con dinero:
Afición y “apuntaeras”.